“Si un día tengo un hijo y me dice que quiere ser pastor, le daría un abrazo. Sería la persona más feliz del mundo”. Así de rotundo se muestra Kevin Herrero, un joven de 26 años que regresó a su aldea en la Valencia profunda para retomar el oficio de sus antepasados -es la cuarta generación-, el pastoreo de ovejas. Hace la afirmación ante la mirada atenta de su novia Tania, con la que lleva ocho años y dos de convivencia, y rodeado de su rebaño de 800 ovejas.
Kevin, como todos los quintos de La Cuevarruz (una aldea de Alpuente), se mudó a Valencia cuando terminó la educación básica para seguir formándose. En su mente estaba la idea de estudiar veterinaria, pero rápidamente se dio cuenta que le tiraba mucho más la tierra, el campo y los animales. Así que volvió a casa y desde hace cuatro años está con las ovejas.
Heredó el rebaño de su padre, que hace dos años era de 500 cabezas. Hoy mueve 800 ovejas con la ayuda inestimable de su fiel compañera de trabajo, Koko. Una perra de color canela que solo tiene ojos para Kevin. No aparta la vista de su dueño, está atenta a cualquier indicación que le pueda dar para mover al ganado con una precisión matemática.
En toda la demarcación de Alpuente, que aglutina varias aldeas, el censo es de poco más de 600 personas y las expectativas de futuro no parecen muy halagüeñas en materia demográfica.
“En un futuro no muy lejano, tristemente, este territorio lo veo despoblado. La media de edad es muy alta. Me gustaría imaginarlo de otra manera. Me gustaría que hubiera más jóvenes como yo, que se quedaran en las aldeas para que pudiera haber relevo generacional y mantener de esta forma la vida”, lamenta Kevin mientras observamos en directo como pare una oveja a pocos metros de nosotros.
A pesar de todo, este joven pastor valenciano no quiere ser pesimista y le gusta imaginar que la España vacía tiene futuro. “Dentro de unas décadas, si las políticas agrarias y la burocracia no nos entorpecen demasiado, creo que hay brotes verdes”, la afirmación la hace desde el conocimiento profundo del entorno. Kevin está convencido de que “podemos vivir realmente del campo y el pastoreo si las trabas no son muchas”.
El abandono de las zonas rurales en España, según señala Kevin, llegó en la época en la que sus padres eran jóvenes. “Con mi edad decidieron irse a las capitales en busca de otros trabajos para tener más calidad de vida. En ese momento se vaciaron los pueblos y solo quedó la gente mayor”, analiza.
Para revertir esta situación, Kevin indica que la solución pasa por conseguir que “el trabajo del sector primario esté mejor remunerado. Con eso sería suficiente para que la gente apostara por el mundo rural. Porque en el campo hay muchas cosas buenas. Tenemos una calidad de vida muy buena, diferente a la de las ciudades, pero yo no la cambio”, señala.
Kevin nos explica a modo de ejemplo la diferencia de precio que recibe él como pastor a la hora de vender sus ovejas. Por un cordero de 20 kilos recibe 70 euros, cantidad que se dobla cuando se vende en las carnicerías. A esto hay que añadirle que los gastos de producción cada día son más altos, lo que reduce cada vez más el margen que le queda al ganadero.
La vida de un pastor es la de una dedicación absoluta a las ovejas durante los 365 días del año. Dicho así es una esclavitud, pero Kevin le quita hierro. “Tienes mucha libertad, no tienes nadie que te mande, pero realmente te tiene que gustar lo que haces”. Aunque reconoce que “tienes la obligación de estar todos los días del año en el campo pese a la climatología, pese a tu estado de ánimo o de tu salud”. Pero concluye de forma tajante: “Yo realmente hago lo que me gusta y no lo cambio por nada, por nada”.
La juventud tiene la etiqueta de estar más pendiente de divertirse que de otra cosa. En una aldea, como La Cuevarruz, el entretenimiento sigue vinculado al campo. “Mi ocio es poder disfrutar de la naturaleza. Me gusta mucho la caza. Mis hobbies están muy vinculados a la fauna y el campo”, concluye.
Kevin, como todos los quintos de La Cuevarruz (una aldea de Alpuente), se mudó a Valencia cuando terminó la educación básica para seguir formándose. En su mente estaba la idea de estudiar veterinaria, pero rápidamente se dio cuenta que le tiraba mucho más la tierra, el campo y los animales. Así que volvió a casa y desde hace cuatro años está con las ovejas.
Heredó el rebaño de su padre, que hace dos años era de 500 cabezas. Hoy mueve 800 ovejas con la ayuda inestimable de su fiel compañera de trabajo, Koko. Una perra de color canela que solo tiene ojos para Kevin. No aparta la vista de su dueño, está atenta a cualquier indicación que le pueda dar para mover al ganado con una precisión matemática.
En toda la demarcación de Alpuente, que aglutina varias aldeas, el censo es de poco más de 600 personas y las expectativas de futuro no parecen muy halagüeñas en materia demográfica.
“En un futuro no muy lejano, tristemente, este territorio lo veo despoblado. La media de edad es muy alta. Me gustaría imaginarlo de otra manera. Me gustaría que hubiera más jóvenes como yo, que se quedaran en las aldeas para que pudiera haber relevo generacional y mantener de esta forma la vida”, lamenta Kevin mientras observamos en directo como pare una oveja a pocos metros de nosotros.
A pesar de todo, este joven pastor valenciano no quiere ser pesimista y le gusta imaginar que la España vacía tiene futuro. “Dentro de unas décadas, si las políticas agrarias y la burocracia no nos entorpecen demasiado, creo que hay brotes verdes”, la afirmación la hace desde el conocimiento profundo del entorno. Kevin está convencido de que “podemos vivir realmente del campo y el pastoreo si las trabas no son muchas”.
El abandono de las zonas rurales en España, según señala Kevin, llegó en la época en la que sus padres eran jóvenes. “Con mi edad decidieron irse a las capitales en busca de otros trabajos para tener más calidad de vida. En ese momento se vaciaron los pueblos y solo quedó la gente mayor”, analiza.
Para revertir esta situación, Kevin indica que la solución pasa por conseguir que “el trabajo del sector primario esté mejor remunerado. Con eso sería suficiente para que la gente apostara por el mundo rural. Porque en el campo hay muchas cosas buenas. Tenemos una calidad de vida muy buena, diferente a la de las ciudades, pero yo no la cambio”, señala.
Kevin nos explica a modo de ejemplo la diferencia de precio que recibe él como pastor a la hora de vender sus ovejas. Por un cordero de 20 kilos recibe 70 euros, cantidad que se dobla cuando se vende en las carnicerías. A esto hay que añadirle que los gastos de producción cada día son más altos, lo que reduce cada vez más el margen que le queda al ganadero.
La vida de un pastor es la de una dedicación absoluta a las ovejas durante los 365 días del año. Dicho así es una esclavitud, pero Kevin le quita hierro. “Tienes mucha libertad, no tienes nadie que te mande, pero realmente te tiene que gustar lo que haces”. Aunque reconoce que “tienes la obligación de estar todos los días del año en el campo pese a la climatología, pese a tu estado de ánimo o de tu salud”. Pero concluye de forma tajante: “Yo realmente hago lo que me gusta y no lo cambio por nada, por nada”.
La juventud tiene la etiqueta de estar más pendiente de divertirse que de otra cosa. En una aldea, como La Cuevarruz, el entretenimiento sigue vinculado al campo. “Mi ocio es poder disfrutar de la naturaleza. Me gusta mucho la caza. Mis hobbies están muy vinculados a la fauna y el campo”, concluye.
A ver cuando quitan todas las subvenciones al sector primario, los alimentos cuesten lo que tienen que costar, y todos nos demos cuenta de lo que vale producirlos
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