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La vida en los pueblos ha cambiado mucho, señala Julia. Hace unas décadas los habitantes tenían los alimentos en la propia casa. Se abastecían de lo que producían. “Hoy, los que seguimos en la tierra, nos planteamos la producción como un modo de vida, como un negocio con el que salir adelante”, explica.
El punto que ha marcado que las nuevas generaciones hayan abandonado los pueblos, en parte, según argumenta Julia, viene por la falta de oportunidades de trabajo. “Está claro que si una persona estudia química, la posibilidad de quedarse en el pueblo son mínimas si quiere ejercer en lo que se ha preparado”.
Para conseguir fijar población en las zonas rurales, Julia señala que más allá de las trabas administrativas en el sector primario, “el teletrabajo ha abierto una ventana de oportunidad para mucha gente en la España vacía. En Torres tenemos algún ejemplo de personas que vinieron con la pandemia, arreglaron una casa y ya llevan tres inviernos aquí aunque su centro de trabajo esté en Madrid o en Barcelona”.
Julia, a pesar de su juventud, está independizada de sus padres desde hace año y medio. Se compró una casa y mira el futuro con el paisaje del campo y el ganado como horizonte. “Me gusta pensar que este es el lugar donde vivir y donde estar. Me gustaría que si algún día tengo hijos sigan la tradición y continúen con la ganadería”.
Para una persona joven como Julia vivir en un pueblo no significa renunciar a tus momentos de ocio como el de cualquier otra persona de su edad. “Hay dos visiones respecto a la vida en los pueblos. Una parte de la gente identifica el venir aquí como estar de veraneo y piensan que los que vivimos aquí estamos de vacaciones”, comenta. “Aquí hay mucho trabajo, pero también por suerte, hay muchas iniciativas culturales en la zona. Si lo ponemos en una balanza, al final no es tan diferente a vivir en una ciudad. Yo puedo ir al gimnasio y quedar con mis amigos a tomar algo. No en Torres, pero a muy pocos kilómetros hay poblaciones como Grau, con tres mil habitantes, donde poder hacer casi lo mismo que en una gran ciudad”.
Contado, así, parece que Julia se pasa el día en el coche, pero señala que las distancias en su comarca son mucho más pequeñas que las que tienen en Madrid. “Cuando estuve haciendo voluntariado dos meses en Brasilia, la ciudad más nueva del mundo, tardaba una hora para poder ver a mis amigos”. Para ella, desde Torres, todo está a cinco minutos “y eso es calidad de vida”, sentencia.
La vida en los pueblos ha cambiado mucho, señala Julia. Hace unas décadas los habitantes tenían los alimentos en la propia casa. Se abastecían de lo que producían. “Hoy, los que seguimos en la tierra, nos planteamos la producción como un modo de vida, como un negocio con el que salir adelante”, explica.
El punto que ha marcado que las nuevas generaciones hayan abandonado los pueblos, en parte, según argumenta Julia, viene por la falta de oportunidades de trabajo. “Está claro que si una persona estudia química, la posibilidad de quedarse en el pueblo son mínimas si quiere ejercer en lo que se ha preparado”.
Para conseguir fijar población en las zonas rurales, Julia señala que más allá de las trabas administrativas en el sector primario, “el teletrabajo ha abierto una ventana de oportunidad para mucha gente en la España vacía. En Torres tenemos algún ejemplo de personas que vinieron con la pandemia, arreglaron una casa y ya llevan tres inviernos aquí aunque su centro de trabajo esté en Madrid o en Barcelona”.
Julia, a pesar de su juventud, está independizada de sus padres desde hace año y medio. Se compró una casa y mira el futuro con el paisaje del campo y el ganado como horizonte. “Me gusta pensar que este es el lugar donde vivir y donde estar. Me gustaría que si algún día tengo hijos sigan la tradición y continúen con la ganadería”.
Para una persona joven como Julia vivir en un pueblo no significa renunciar a tus momentos de ocio como el de cualquier otra persona de su edad. “Hay dos visiones respecto a la vida en los pueblos. Una parte de la gente identifica el venir aquí como estar de veraneo y piensan que los que vivimos aquí estamos de vacaciones”, comenta. “Aquí hay mucho trabajo, pero también por suerte, hay muchas iniciativas culturales en la zona. Si lo ponemos en una balanza, al final no es tan diferente a vivir en una ciudad. Yo puedo ir al gimnasio y quedar con mis amigos a tomar algo. No en Torres, pero a muy pocos kilómetros hay poblaciones como Grau, con tres mil habitantes, donde poder hacer casi lo mismo que en una gran ciudad”.
Contado, así, parece que Julia se pasa el día en el coche, pero señala que las distancias en su comarca son mucho más pequeñas que las que tienen en Madrid. “Cuando estuve haciendo voluntariado dos meses en Brasilia, la ciudad más nueva del mundo, tardaba una hora para poder ver a mis amigos”. Para ella, desde Torres, todo está a cinco minutos “y eso es calidad de vida”, sentencia.
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