Tras el rojo llameante del fuego, el gris tiñoso de la ceniza. Los municipios del sur de Tarragona afectados por el incendio que, durante dos días, ha galopado a toda mecha por el monte propulsado por fuertes ráfagas de viento se dedicaban este miércoles a hacer balance de daños. Por la tarde, el incendio entró en fase de estabilización: “Es una fase muy básica. No lo tenemos ni controlado ni mucho menos extinguido”, especificó el jefe de intervención de los Bomberos de la Generalitat Joan Rovira, y explicó que se ha logrado establecer un perímetro para que el fuego no se mueva más allá de esta zona.
El balance numérico habla de 3.300 hectáreas abrasadas y larguísimas horas de confinamiento para 18.000 vecinos de Paüls, Alfara de Carles, Aldover, Tivenys, Xerta, Jesús, Bítem, Roquetes, Pinell de Brai o Prat de Comte, pero el daño desborda las cifras y destapa las vulnerabilidades de un territorio, las comarcas de las Terres de l’Ebre, ruralizado, perjudicado por la falta de infraestructuras y diezmado por el envejecimiento: el año pasado, cuando buena parte de Cataluña ganaba población, se registró pérdida de habitantes en 22 de sus 52 municipios, un 42,3%. “Estamos acostumbrados a que solo se hable de nosotros cuando hay desgracias, luego volvemos al olvido”, exclamaba este martes Ivan Garcia, alcalde de Roquetes.
Paüls, el pueblo donde se inició el fuego, es uno de los que más padece las deserciones: 11 vecinos menos en 2024, para dejar el censo en medio millar escaso. “No siempre fue así. Hubo tiempos en los que éramos más. Cuando yo tenía 12 años aquí vivíamos 1.000 personas”, comenta Ramon Pons, de 81 años. “De aquí todo el mundo se va”, lamenta Joan Lluís Celma, de 82 años. Vive solo y el lunes se enteró de que su pueblo estaba rodeado de llamas porque un vecino aporreó su puerta para avisarle. “Llevo aparatos para la sordera pero cuando estoy en casa me los quito porque me pican las orejas”, cuenta. Explica que durante años de su juventud, hasta que cumplió los 22, pastoreó un rebaño de 130 cabras por Els Ports, un esplendoroso macizo que abre la puerta a más de 30.000 hectáreas de parque natural. “Hasta que nos forzaron a todos los pastores a dejarlo”, recuerda. “Recogemos lo que sembramos. Echaron de Els Ports a los pastores y a la gente que vivía en las masías y los bosques están descuidados”, añade Josep Gracià, también vecino de Paüls.
“Aquí nos tienen abandonados. Cataluña es Barcelona y Girona, el resto no pintamos nada”, se quejaba parado delante de su huerto Santiago Gavaldà, un jubilado que durante 13 de sus 75 años vivió en el Prat de Llobregat y trabajó de taxista en Barcelona.
Paüls ha sido el último municipio en quedar desconfinado y este miércoles por la mañana, dos días después del inicio del incendio y cuando los Bombers de la Generalitat ultimaban una comparecencia para declarar que habían conseguido estabilizar la evolución del fuego, los vecinos seguían sin cobertura telefónica y con la serpenteante carretera de acceso al pueblo cortada al tráfico. “Quien tenga internet en casa que lo comunique al ayuntamiento, necesitamos vías de comunicación con el exterior”, se anunciaba a modo de bando por los altavoces que cuelgan de las calles principales.
El relato más dominante en Paüls expone que, cuando los hijos crecen, no se quedan en el pueblo. Pero unos se van y otros buscan venir. Cerca de la plaza del ayuntamiento, un rostro juvenil cruza la calle. Tiene 41 años y se llama Matilda. Es natural de Polonia y hace apenas dos semanas que se compró una finca en las afueras del pueblo. Destaca que la belleza del lugar la encandiló para poder escapar de Barcelona, donde acostumbra a residir. “Esto no está tan lejos”, dice. “Entre coger el coche y tardar dos horas y media en venir aquí o irme a la Costa Brava, lo tengo claro. No quiero ir a un lugar masificado”, explica.
Matilda introduce el término “expats” para referir que en Paüls, una parte de la franja joven, corresponde a gente que no tiene raíces en el pueblo. Jonas es un danés que alquiló, junto a su mujer y un bebé, una casa rural para pasar una semana en Els Ports. El fuego le ha alterado las vacaciones pero encontró calma, y a alguien con capacidad de explicarle bien la situación en inglés, en casa de Jacob Cordover, un guitarrista australiano que se instaló en Paüls hace cinco años. Su casa ha sido de las pocas que conservaba la conexión a Internet durante el incendio y, ante el portal, acudían los vecinos para usar el wifi. Este miércoles a mediodía, una vecina pasó a entregarle una bandeja de pastissets de chocolate. Jacob se ha encargado estos días de actuar de enlace con la gente que vive en masías diseminadas, varios de ellos extranjeros, y pedirles que buscaran cobijo seguro en los momentos más angustiosos del incendio: “el martes a la hora de comer, en la mesa de mi casa había nueve nacionalidades distintas”, cuenta.
El alcalde de Paüls es Enric Adell. Este miércoles reconocía el fastidio que suponía para los vecinos ser el único municipio aún confinado pero subrayaba que la explicación cabía buscarla en la dinámica del propio fuego: “Para acceder a los dos focos más resistentes, los equipos de emergencias solo pueden llegar a través de la carretera de Paüls, y no vamos a colapsar la carretera con coches arriba y abajo”. Protección Civil señaló a media mañana que el confinamiento era “permeable” y a la patrulla de Mossos d’Esquadra que vigilaba quien entraba y salía del pueblo se le multiplicó la faena. Paso libre tuvo un coche fúnebre que subía del tanatorio de Tortosa para oficiar un entierro.
El alcalde tuvo que interrumpir sus vacaciones para regresar al pueblo en pleno incendio y señala que la dirección del viento ha sido crucial: “En los momentos más críticos el viento empujó en dirección contraria y a nosotros no nos llegaba ni el humo. Si llega a girar la dirección, nos arrasa”, señala. Admite que los núcleos afectados por la pérdida de población padecen la falta de servicios y atenciones, pero identifica otro elemento clave: “somos poca gente, pero tampoco se ha ayudado para nada a aquellos que se dedicaban a cultivar las tierras y a cuidar los bosques. La cantidad de masa forestal que nos rodea es inabarcable y en este caso ha quedado patente el efecto bien distinto que ha tenido el paso del fuego allí donde la tierra está abandonada en comparación con las fincas que están trabajadas”.
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