domingo, 9 de abril de 2023

Nómadas digitales: la lucha de las urbes por atraer teletrabajadores con talento y alto nivel adquisitivo

 

 
En los meses de confinamiento sobrevolaba en una sociedad en shock la pregunta: ¿cómo cambiaría la vida después de la crisis sanitaria? Hubo éxodos al campo y quienes decidieron viajar más. De forma paralela, el teletrabajo dejó de ser para muchos organizaciones una forma exótica de relacionarse con sus empleados. Sumando todo, en este contexto, nació un nuevo concepto de trabajador: el nómada digital. Su trabajo va con él y puede estar cada día en un lugar nuevo y diferente en busca de la mejor experiencia vital.

«Es un profesional que, gracias a las nuevas tecnologías, trabaja normalmente de forma remota y esto le permite viajar y conocer mundo», explica Carlos Prieto Lezaun, director del Centro de Transformación Digital de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). «Busca un equilibrio entre vida profesional y personal, sin tener que residir de forma continuada en el mismo sitio», añade.

Hay datos que permiten hacer un retrato robot de este nuevo perfil: son 'millennials' y viven de forma independiente. El estudio The 2023 State of Digital Nomads, de Nomadlist, señala que tienen de media 34 años. Un 55% son hombres y un 45% mujeres, la mayoría —un 90%— tiene estudios superiores y está —en un 65%— soltero. Sus ingresos se mueven en franjas altas: un 34% está entre los 50.000 y los 100.000 dólares anuales y un 36% entre los 100.000 y los 250.000. Y, aunque pueda parecer sorprendente, el porcentaje más alto (un 44%) son empleados a tiempo completo. Solo el 17% encajan en la categoría 'freelance'.

Antonio López Gay, investigador del departamento de Geografía de la Universitat Autònoma de Barcelona y del Centre d'Estudis Demogràfics, «este tipo de población ya estaba llegando [a España] antes de la pandemia» y encaja con un nuevo modelo de movimiento migratorio muy del siglo XXI, el de los profesionales altamente cualificados que se mueven por cuestiones vinculadas a la calidad de vida. El sur de Europa se ha convertido en una zona muy deseable para ellos.

De hecho, tal y como recogen algunos medios estadounidenses, no solo es que los ciudadanos se estén lanzando a pasar temporadas en una zona que les resulta más barata que su país y con un estilo de vida muy deseable —sumado al buen tiempo— sino que además están ya comprando casas en Portugal, España o Grecia, por mucho que su trabajo siga estando en EE UU.

Los demógrafos, contextualiza López Gay, no pueden todavía cuantificar qué está ocurriendo —no tienen datos, que es de lo que se nutre su trabajo científico, para seguir estos movimientos de personas— pero sí pueden ver cómo este proceso conecta con otros cambios urbanos que se han ido viendo a lo largo de lo que llevamos de siglo. La década de los 10 fue la gran época de la gentrificación y la turistificación y los nómadas digitales —y cómo impactan en las ciudades— conectan con ese contexto.

Por ello, su existencia no es una curiosidad, sino un elemento importante para comprender cómo van a ser las ciudades del mañana y cómo están cambiando ya las del presente, algo crucial en cuestiones de sostenibilidad y desarrollo justo.

Además, estos profesionales se han convertido en un filón que las administraciones buscan explotar. Los planes que quieren convertir a países y regiones en más atractivos para los nómadas digitales se suceden, con nuevas leyes —que intentan regularizar cuestiones tan peliagudas como dónde y cómo pagan impuestos estos profesionales— pero también con campañas de 'marketing' que venden la promesa del destino soñado.

La clave de esta obsesión está en qué tipo de profesionales son los que encajan en este perfil. Como apunta Prieto Lezaun, «actualmente las profesiones a las que se dedica un nómada digital están bien remuneradas y esto hace que tengan un poder adquisitivo superior a la media». La filosofía vital del nómada digital es la de «más trabajar para vivir que vivir para trabajar» lo que lleva, añade el experto, a que tengan un mayor gasto que otros grupos de población.

En España, por ejemplo, Canarias ha puesto en marcha acciones diversas para captar su atención —la isla de Gran Canaria es, ahora mismo, el sexto destino más popular en Nomadlist, una web de recursos para nómadas— y Las Palmas de Gran Canaria —como señala un estudio de investigadores de su universidad— se ha asentado como «un destino de gran potencialidad».

A nivel país, el Gobierno aprobaba el pasado febrero un visado especial destinado a estos profesionales. Lo incluye la Ley de Startups y está destinado a «titulares que trabajen para sí mismos o para empleadores de cualquier lugar del mundo en territorio nacional».

Como apunta Prieto Lezaun, su objetivo es atraer talento internacional». «El requisito principal es que quien lo solicite debe ser un extranjero que trabaje a distancia, por cuenta propia o empleado de una empresa no española que opere fuera de España», señala. «De esta forma, se les permite pagar un tipo impositivo fijo de solo el 24% sobre sus ingresos, en lugar de un tipo progresivo que puede llegar hasta el 48%», añade.

El interés que estos profesionales tienen por los destinos a los que se dirigen parece claro: su calidad de vida será mayor y encajará con la experiencia soñada. Pero ¿qué ocurre con las zonas de acogida?

En México DF, que se puso de moda como destino nómada digital para el resto de Norteamérica en estos últimos años, sus vecinos se han empezado a quejar del impacto que tienen en los precios del alquiler, como ha ido recogiendo la prensa internacional.

Del mismo modo esta recoge casos como los barrios de moda del centro de Lisboa o de Atenas se han convertido en inaccesibles para sus habitantes, pero sí lo son para los compradores estadounidenses. De hecho, Portugal acaba de reformar sus normativas sobre visados para atajar la crisis de vivienda.

Los nómadas han hecho que los habitantes reales de la urbe no se la puedan permitir. ¿Pueden, por tanto, los nómadas digitales ser disruptores en la vida de las ciudades y expulsar a quienes viven allí?

La turistificación ya ha tirado al alza en la última década los precios del alquiler en aquellas ciudades de moda para los viajeros y estos profesionales podrían dar nuevas fuerzas a la tendencia. Pero, además, los nómadas digitales usarán los servicios de la ciudad sin ser realmente una parte de ella (de ahí viene, en definitiva, la gran pregunta de dónde pagan sus impuestos).

El demógrafo Antonio López Gay es muy cauto a la hora de hacer valoraciones porque, recuerda, todavía no se tienen datos con los que se pueda medir los cambios que todo esto está suponiendo. «Nosotros, los investigadores académicos, también nos hacemos esas preguntas», señala, aunque recuerda que «lo que dice los estudios es que acentuarán los procesos ya en marcha en algunos barrios». Al fin y al cabo, estos nómadas añaden más presión a algo que ya existía. «Su capacidad de alterar la ciudad es muy parecida a la de los turistas», indica. El modo en el que usan los espacios y los recursos son similares.

«Es cierto que la atracción de este tipo de profesionales está provocando en determinadas zonas o poblaciones efectos no deseados para sus habitantes, sobre todo en tema de coste del alquiler», concede Carlos Prieto Lezaun, que añade que «aun así el impacto global económico es positivo». 





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